LA DESCONFIANZA REINANTE
AMA A TODOS, CONFÍA EN UNOS POCOS, NO LE HAGAS MAL A NINGUNO.
William Shakespeare
En el mundo este que nos ha tocado vivir se han descubierto muchas cosas, tantas que parece que todos tengamos una fe ciega en las nuevas conquistas de las tecnologías al uso, a la vez que viejos miedos (como ejemplo creo que puede valer citar lo que se siente ante las vacunas).
A la vez han ido cambiando las cosas, el ambiente (siempre ha ocurrido lo mismo, por otro parte) y, de ese modo, valores, normas, comportamientos, usos y costumbres, ética y moral, vocabulario… han ido cambiando ante nuestros ojos sin que hayamos reparado mucho en ellos, preocupados como andamos de las “formas” externas y de un individualismo que atraviesa todo.
No es extraño, pues, que a la confianza en las personas haya sucedido la DESCONFIANZA más profunda entre unos seres humanos y otros, lo que viene dando lugar a numerosas e irreconciliables conductas y posiciones ideológicas (a muchas PARADOJAS)
La desconfianza seguramente nace de la experiencia en el trato con los demás e inunda todo a través de la política (esa que debería regular la convivencia). Esa desconfianza se afianzó cuando logró invadir nuestra psicología y penetró en los aspectos prácticos de la relaciones interpersonales.
Hasta tal punto es así que ya creemos que la desconfianza está en la genética humana. Asumo que es un mecanismo de defensa de la integridad de las personas, pero deja de serlo cuando las personas están dispuestas a atacar a las demás solo por esa desconfianza.
Ya ni justificamos nuestras posiciones respecto a los demás. Es nuestra posición y eso nos es suficiente y es así incluso en el reducto más íntimo y afectivo de la familia.. Cada uno solamente confía en sí mismo.
Creemos que la credulidad es síntoma de debilidad, con lo que la estructura social no hay forma de mantenerla erguida y tampoco nuestra integridad y mundo de valores, porque esa desconfianza aísla a las personas.
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