PERLAS CULTIVADAS
Decía Ortega en 1921 (España invertebrada) algo que ha traspasado el tiempo y que tiene un gran valor descriptivo de la situación que vivimos:
«Hoy es España, más bien que una nación, una serie de compartimientos estancos. Se dice que los políticos no se preocupan del resto del país. Esto, que es verdad, es, sin embargo, injusto, porque parece atribuir exclusivamente a los políticos pareja despreocupación (…) Hay aquí una insinceridad, una hipocresía. Poco más o menos, ningún gremio nacional puede echar en cara nada a los demás. Allá se van unos y otros en ineptitud, falta de generosidad, incultura y ambiciones fantásticas. Los políticos actuales son fiel reflejo de los vicios étnicos de España»
La cita me ha venido evocada por un articulo de MARI PAU DOMÍNGUEZ que, bajo el título ¿Quién se come el sapo en Cataluña? «No recuerdo una etapa en la política española (sí, Cataluña sigue siendo España) en la que se rinda más culto al personalismo desde los tiempos infaustos de la dictadura; régimen, por cierto, en el que se aprueban leyes sin que antes hayan sido debatidas democráticamente. ¿Le suena eso a Puigdemont?» y, en concreto por una cita que en su momento debí pasar por alto porque no la recordaba (eso de leer de través y las prisas traen estas desagradable consecuencias) de Manuel Chaves Nogales que, en un artículo: «Después de haberse comido el sapo» (Barcelona, 27-2-1936), decía lo siguiente y que no comentaré porque es fácil hacerlo desde sus palabras:
«Cuando a los hombres de la derecha y del centro se les pide una explicación de lo que pasa en Cataluña le cuentan a uno un cuento. Dos aldeanos van de camino. Uno de ellos lleva del ronzal una vaca. Junto a una charca encuentran un sapo, que produce en el de la vaca un gesto de repugnancia». El compañero defiende que un sapo no es peor que cualquier otro animal que nos comamos, lo que incita al primero a retarlo: «Te doy la vaca si eres capaz de comerte el sapo. La codicia y el amor propio fuerzan al aldeano a coger el sapo y comérselo, cerrando los ojos de asco y conteniendo las náuseas». Entonces el otro, incrédulo ante el hecho y viendo que podría acabar perdiendo su vaca, «le propone: ¿Me devuelves la vaca si soy capaz de comerme el medio sapo que te queda? El comedor de sapos ve un modo inmediato de librarse del tormento y alarga el pedazo de sapo que le queda a su compadre, quien cierra los ojos y se lo traga. Siguen su camino silencioso. Al cabo de un rato se paran. Se miran frente a frente y se preguntan, estupefactos: ¿Y por qué nos habremos comido un sapo?»
Creo que las tres referencias (Ortega, M.Pau Domínguez y M. Chaves son tres perlas para tomar en consideración pausada en los tiempos que corren.
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