VENEZUELA
El Presidente Maduro ha sido capaz de decir que “los extranjeros que nos atacaron son de otro país”, y lo ha hecho sin asesores si nada, dando muestras de que su vocabulario es amplio y distingue conceptos y en el mismo día en que los ciudadanos de su país se enfrentan al dilema de darle aún más poderes (votando, más a la fuerza que con ganas) a través de la elección de una Asamblea Constituyente, saltándose las funciones del Parlamento, en el que perdió la mayoría, o seguir en esa lucha en la que llevan empeñados, dejando su sangre, desde hace meses.
Todo el mundo sabe que es un salto hacia ningún lado, una cabezonada del régimen para agarrarse con las uñas al poder, pero también que la postura del resto de países es de ponerse de lado y mirar de reojo a ver qué pasa.
Pase lo que pase, el día 1 sabremos que ha ganado Maduro, porque así está planeado y porque Diosdado sigue manteniendo a los militares en un puño.
Todo esto en un país que, de ser considerado el más rico de Iberoamérica ha pasado a tener el 82% de los hogares viviendo en la pobreza (según estudio de las Universidades Andrés Bello, Simón Bolívar y la Central de Venezuela).
Tampoco aquí valen ni la voz ni los votos de los ciudadanos (que sí valieron para poner en el poder primero a Chávez y luego a Maduro), sino solo EL PODER. (Parece ser que, según el independiente Torino Group, han votado 3.600.000 millones de ciudadanos, un 18,5%, resultado bastante parecido al facilitado por las encuestas durante la campaña electoral y que solo representaría la mitad de las papeletas recogidas en la consulta popular de hace dos semanas, por más que Maduro haya anunciado que lo han hecho más de 8 millones de votos).