La vida no es sino un continuo fluir de paradojas

miércoles, 28 de febrero de 2018

DE PLUMA AJENA

DE PLUMA AJENA

En el “Diari de Girona” del pasado día 23 de febrero, el señor Albert Soler escribió un artículo, en catalán, que no tiene desperdicio. Tanto es así, que, asumiendo los riesgos y errores que son al caso, me he tomado la libertad de dejarlo traducido aquí por si con ello ayudo a su divulgación. Espero que ni el Diari de Girona ni el autor del artículo se ofendan por ello y que la traducción no tenga demasiados errores o no induzca a falsas interpretaciones.

Su título es: “Trapero se va a Madrid” y su texto dice:

“Mucha gente estará hoy al lado -simbólicamente, que en este país todo se hace simbólicamente- de José Luis Trapero, citado a declarar ante el juez. Es normal. Hay una buena parte de catalanes a los que les pareció fantástico que el 1-O los “Mossos d’Esquadra” -los jefes, no hablo delos agentes- desobedeciesen al juez y obedeciesen en cambio al Gobierno de  la Generalitat.

Presuntamente, de momento, el hecho es que a los independentistas les parece bien que la policía esté bajo las órdenes del gobierno y no de los jueces. Y es natural que sea así. Una policía que no esté bajo control judicial es mucho más efectiva que una que tenga que rendir cuentas o incluso obedecer a los funcionarios judiciales. 

El razonamiento de estos catalanes es muy democrático: ¿No es cierto que el gobierno ha sido elegido por el pueblo y los jueces no?. Entonces es normal que si el gobierno ordene a la policía que se abstenga de obedecer al juez, la policía se abstenga de obedecer al juez y viceversa: si el gobierno ordena a la policía que actúe, quién es el juez para inmiscuirse. Eso va de democracia, que dicen aquellos, y nada más democrático que obedecer a los representantes del pueblo.

La historia nos demuestra que, efectivamente, un cuerpo policial que dependa nada más del gobierno de turno es extraordinariamente efectivo. Ya en los años 30 se creó una policía así, que no estaba sometida a ningún control jurisdiccional y dependía directamente del ejecutivo. 

Tal y como declaró entonces un experto jurista, en una frase que hoy pueden repetir miles de catalanes en soporte de Trapero. “mientras la policía cumpla la voluntad de los líderes políticos, estará actuando legalmente”. Aquella policía de los años 30, que funcionaba como un reloj, se llamaba Gestapo. Y vaya si hizo trabajo, no hay nada como aligerar la burocracia para que la policía funcione a pleno rendimiento.

Ya que todo son ventajas, debe ser este tipo de policía el que algunos hubieran esperado en una Cataluña independiente, en el hipotético caso de que algún líder del proceso hubiera creído realmente en tal independencia. Sin haber de pasar por las siempre farragosas órdenes judiciales, el gobierno podría ordenar a discreción escuchas telefónicas, detenciones, requisas y, con el tiempo, por qué no, desapariciones, siempre por el bien del país. En sentido contrario, podría impedir que se iniciasen investigaciones o actuaciones que perjudicasen los intereses también del país.

En el bien entendido que en Cataluña y desde tiempos inmemoriales, “país” es siempre un eufemismo por “intereses propios”. A buenas horas estaría CDC bajo sospecha si la policía hubiese estado dependiendo directamente del gobierno. No me digan que no les vienen ganas de vivir en una Arcadia así.

Y los catalanes, contentos. Al catalán siempre le ha agradado más tener amos que gobernantes y aplaudiría hasta decir basta., como ya ha aplaudido a Trapero hasta sangrarle las manos, reconociéndole el mérito de no obedecer a la justicia. De hecho, la característica principal del catalán es que está contento con cualquier actuación de sus amos, mientras esté envuelta en un lazo amarillo: si un político huye, es un líder. Si sale sin cargos, es un líder. Si dice que nos ha engañado, es un líder. Y si dice que todo está acabado pero impide desde el extranjero formar gobierno, es el líder supremo. Entonces, la policía, igual: los “mossos” siempre serán nuestros, y "abajo que hace bajada".


Para que cuajen las falsas promesas, es necesario que unos tengan la llave y los otros se dejen encerrar. Eso lo dijo otro alemán, Rudolf Olden, también en los años 30".

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