CUANDO LA SOLEDAD LO PUEDE TODO
“Los niños muestran sus cicatrices como medallas. Los amantes las usan como secretos que revelar. Una cicatriz es lo que sucede cuando la palabra se hace carne”
Leonard Cohen
Había comenzado ayer a hilvanar algunas ideas respecto a este tema, tan recurrente en mis entradas, cuando me he encontrado con un artículo en la prensa de hoy, cuyo título es “Cuando la soledad mata”.
En realidad es un relato para poner en evidencia que cada vez son más los ancianos que fallecen solos en su domicilio y que tal vez podrían haberse salvado con una atención adecuada y viene de la mano de un juez de Valencia.
El problema denunciado viene causado por el alargamiento de la edad media de las personas, del individualismo en el que se vive y de la INVISIBILIDAD de la vejez.
Pasar de cierta edad es como pasar al “trastero” de casa, que, como todo el mundo sabe, es el lugar intermedio entre estar en servicio y acabar en a basura.
Curiosamente hay muy pocos estudios al respecto y eso que hemos llegado bien prevenidos a esta situación, pues es algo que ya nos venían diciendo desde otras geografía (EE.UU. Finlandia, Noruega, Suecia, Dinamarca,… etc,)
Es algo que viene con la “urbanización” (vivir en las ciudades) y dejar la vida en los pueblos, donde el conocimiento y el trato son más cercanos, pero también viene de la actitud que hemos asumido del “yo soy y yo y a hacer puñetas las circunstancias”. Actitud que también se ve a la hora de acudir a defender a alguien, echarle una mano… Ya no nos conocemos ni los vecinos de la misma escalera o, incluso, del mismo rellano.
Detrás de ese hecho (vivir y morir en soledad) hay muchos sufrimientos, por más que sean sufrimientos escondidos detrás de puertas cerradas. Hay mucho desvalimiento, hay mucho dolor.
Hemos construido una vida que apenas alcanza para el trabajo y alguna relación social, cada vez más próximas al mundo laboral, porque hasta las distancias o el tiempo necesario para acudir a ver a otras personas… nos incomodan.
Nos faltan datos, pero hora es de poner luz a ese grupo invisible e “inservible” en el lenguaje postmoderno del trabajo, por más que hayamos inventado la “teleasistencia”… al final la vida de las personas queda reducida a un informe del forense de turno o de la policía que recoge un nombre y una causa de cada desaparición, lo que anula la personalización y el recuerdo.
Como ejemplo el autor recoge los datos de Valencia, que vale para alumbrar lo que sucede "en un país que envejece a ritmo acelerado. Sólo en la ciudad hay 42.000 mayores de 65 años viviendo solos. El porcentaje aumenta con la edad: uno de cada tres mayores de 75 años está en esta situación. Y la teleasistencia llega a poco menos de 6.000. Son ancianos que no viven en la marginalidad. Pueden ser el vecino de la puerta de al lado: un abuelo que de momento se vale sin dificultad, con sus rutinas cotidianas y su independencia, que un buen día se da un golpe, o se rompe una cadera o sufre un ataque al corazón”.
Y es que, como dice el autor del artículo “en nuestro país las estructuras de apoyo familiar han ido cambiando y desintegrándose sin que la sociedad o el Estado hayan sabido responder a ese vacío”. Y hora es de ir poniendo remedio a una situación necesitada dd ayuda.
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