JÓVENES Y EDUCACIÓN
Tantas veces se escucha la expresión “nativos digitales” para referirse a adolescentes y jóvenes que han crecido en pleno auge de las tecnologías de la información y la comunicación, y a quienes, por ello, se presupone una capacidad para desenvolverse de forma natural y fácil con esas tecnologías, y tantas otras se interpreta que lo “joven” es prácticamente indisoluble de lo tecnológico, como lo es de “lo último” y “lo moderno” (frente a “lo antiguo”), que en ocasiones se pierde de vista que esos mismos jóvenes también experimentan complejos procesos de aprendizaje y socialización en torno a esas TIC.
Una necesidad de alfabetización digital sobre códigos cambiantes, que articula elementos que oscilan entre la dependencia y el reconocimiento, y en torno a la cual se establece una auténtica educación sentimental. Procesos de maduración en el uso de las redes sociales y las nuevas tecnologías, que además son asumidos como esenciales desde sus propios protagonistas, toda vez que la sociedad en su conjunto parte del lugar común que interpreta que los y las jóvenes han de estar integrados en las TIC como muestra de su adecuada adaptación a “su tiempo”.
Desde lógicas que aparentemente surgen del entorno laboral y formativo (hay que saber desenvolverse tecnológicamente para no quedarse fuera de la carrera competitiva, y hay que saber gestionar un yo laboral en torno a las redes sociales y las TIC), pero que inundan todos los aspectos de la vida: la mejor gestión del yo, el mejor aprovechamiento de las oportunidades, los mejores procesos de socialización, pasan por la adecuada integración con las nuevas tecnologías. Tal idea sobrevuela el imaginario colectivo, y a partir de la misma debemos ser conscientes de la manera en que sus implicaciones se ponen en juego en las relaciones que entablan los y las jóvenes, con los pares y con la sociedad en su conjunto.
En primer lugar, porque el reconocimiento general de las nuevas tecnologías y las redes sociales como el lugar en el que hay que estar, procura nuevos procesos de integración y exclusión entre adolescentes y jóvenes. Por un lado porque quien no esté ni use redes sociales quedará abocado al olvido de un grupo de pares que se autogestiona y organiza a partir de las posibilidades y facilidades que ofrece la tecnología, y que además asume con aparente naturalidad la realidad de los procesos de marginación que pueden sufrir esas personas (“raros”, “independientes”... también “auténticos”, desde una concepción más anclada en la añoranza de “otros tiempos”).
Por otro lado, porque los propios usuarios y usuarias articulan de tal forma sus relaciones, sus estrategias de comunicación y sus rutinas en torno a las redes sociales, que la temporal ausencia (se estropea el ordenador o el móvil, o simplemente te lo olvidas en casa) provoca lo que se llega a sentir como verdadera “incomunicación”, desde el momento en el que se asume que el grupo y los pares siguen comunicándose y relacionándose, y uno o una queda fuera de todas las cosas que pueden pasar o están pasando. Porque, o todo pasa en las redes sociales, o las cosas que pasan fuera de ellas se gestionan y preparan en las redes sociales. Además, estar eventualmente fuera acentuará la ausencia del otro, de los amigos y demás relaciones, siempre presentes gracias a las redes sociales.
En segundo lugar, porque esas lógicas de la mejor gestión del yo empapan casi todos los aspectos de su vida alrededor de las nuevas tecnologías. Así, no estar integrado en las redes sociales, incluso no estarlo en tiempo real, se interpreta como perder oportunidades, no aprovechar las posibilidades que te brinda el desarrollo tecnológico que define el tiempo presente, y que no sólo te hace la vida más cómoda y práctica, sino que en sí mismo determina buena parte del sentido de las relaciones personales (estar fuera de las redes sociales como estar fuera de tu tiempo, por tanto).
Lógica que, en última instancia, acepta que hay que estar “por si acaso”, y que a partir de esa misma idea justifica, por ejemplo, los procesos de acumulación de contactos, aún a sabiendas de que buena parte de esos contactos “agregados” nunca o casi nunca serán “usados”, o incluso corresponden a personas que apenas se conocen o con las cuales es complicado establecer un nexo de unión personal.
En relación a la mencionada gestión del yo, resulta esencial el análisis de la manera en que los y las jóvenes procuran y combinan su exposición dentro y fuera de la Red, ejemplo esencial y paradigmático de cómo se establecen actualmente las relaciones en torno a las redes sociales, y con las redes sociales. Así, yo online y yo offline se entienden como dos caras de una misma moneda, dos maneras distintas de expresar aspectos diversos de la personalidad, en base a las características y a las ventajas y desventajas que procuran los lenguajes escrito y oral en que se sustentan cada una de las exposiciones de uno mismo.
A partir de la asunción de que la tecnología te hace la vida más fácil y te abre nuevos horizontes, adolescentes y jóvenes asumen con naturalidad el hecho de aprovechar las oportunidades que ofrecen las redes sociales para mostrar una parte de uno mismo que facilita algunos procesos de la comunicación y las relaciones, y además permite a personas más tímidas o inseguras participar del juego: elimina la vergüenza, democratiza el flirteo, permite la transmisión reflexionada y orientada de mensajes, posibilita establecer relaciones en las que es posible mantener cierto “control” de la comunicación, etc. En este sentido, el yo online será tan yo como el offline (éste a partir de los elementos que procuran y determinan las interacciones “físicas”), y en tal asunción descansa también la extendida convicción de que no es necesario, ni conveniente, ni aceptable, mentir en la exposición online, pues ello iría contra la propia naturalización de procesos de relación que se aceptan como habituales y “normales”.
Por tanto, ante los argumentos que ponen el punto de atención sobre los riesgos de la mentira y el engaño en la Red, y en lo cuestionable de la exposición online, en base a una concepción de las relaciones humanas “importantes” como exclusivamente “físicas”, el discurso mayoritario de adolescentes y jóvenes se instala naturalmente en la constatación de que la mentira no es propiedad exclusiva de la Red, y también tiene lugar en las relaciones cara a cara, aunque a partir de elementos distintos.
De igual manera que el yo “verdadero” se muestra de maneras distintas dentro o fuera de la Red. Yo soy todos esos yoes (sería la idea principal), y aprovecharé todas las herramientas que me ofrecen las nuevas tecnologías y las redes sociales para transmitir de la mejor manera posible todas las aristas de mi personalidad, y con ello poder relacionarme “más”, y de la manera más completa y mejor posible.
Por otro lado, empeñarse en establecer esa distinción entre el yo online y offline en términos de confrontación, de verdad/mentira, auténtico/falso o importante/superficial, carece de todo sentido desde el momento en que los propios adolescentes y jóvenes se comportan y relacionan como híbridos en los que cuerpo y tecnología forman un todo integrado, por el que los dispositivos tecnológicos están definidos por el ser humano, pero al mismo tiempo las personas y sus relaciones se ven irremediablemente mediadas por las características de los dispositivos tecnológicos que usan (lo que ya en la introducción englobaba Lasén bajo el concepto de “agencia compartida”).
Así, ellos y ellas no entienden el yo offline sin el online y viceversa, pues ya no se asume la posibilidad de estar fuera de las redes sociales, algo que sería considerado fuera de lo “normal” en base a la manera en que actualmente se conciben las relaciones y la comunicación.
De igual forma, esa concepción híbrida procura que las teóricas renuncias que acarrearía la presencia en las redes sociales no se lleguen a considerar como tales, pues yo online y offline no actúan uno en detrimento del otro, sino como complemento. Es decir, que no es que los y las jóvenes se relacionen menos por pasar más tiempo en las redes sociales, sino que se relacionan de otra manera, o procuran relaciones de otro tipo en base a la forma en que interactúan sus presencias en la Red y fuera de ella. Que las trayectorias de maduración personal y de educación en valores que procuran esa educación sentimental en torno a las nuevas tecnologías otorguen las herramientas necesarias para afrontar esos procesos de socialización de la mejor manera posible, será otra cosa. Pero eso es algo que también ocurre con las relaciones cara a cara.
A partir de la naturalización de la presencia de las redes sociales en los procesos y estrategias de relación y comunicación entre jóvenes (y no tan jóvenes), los y las usuarios/as habituales asumen, de manera explícita e implícita, estar participando de un juego (relevante a la postre, pero generalmente observado desde el entretenimiento y la diversión) en el que todo participante es conocedor de las reglas, los pros y los contras. Es decir, que pese a que nadie niega que aprovecharse y disfrutar de las ventajas de las TICs plantea algunas contrapartidas no tan beneficiosas, el clima general entre jóvenes usuarios y usuarias descansa en la percepción de “controlar” la situación, precisamente porque desde el principio creen ser conscientes de las contrapartidas... y aceptan participar porque les compensa.
Ejemplo paradigmático de esta situación es la manera en que se aborda e interpreta el concepto “intimidad”, y las expectativas que genera. Así, a lo largo del informe hemos señalado cómo la intimidad asociada a la presencia y exposición en las redes sociales es una intimidad modulada, flexible, ampliada, compartida, en la que constantemente se están renegociando los límites de lo privado y lo público. Adolescentes y jóvenes son conscientes de que participando del “juego” pierden parte de su intimidad, o se arriesgan a perderla. Sin embargo, el hecho de que el precio pagado sea, por un lado, modulable en función del propio deseo y las propias intenciones, y que, por otro lado, sea un precio pagado por todos y todas, precisamente para que el juego tenga continuidad (yo dejo que accedan a parte de mi intimidad, la que yo quiero, a cambio de que yo puedo acceder a la de otros y otras), despoja de aparente preocupación a la mayoría de usuarios y usuarias habituales.
Por lo menos así lo atestiguan los discursos mayoritarios, algo que no es contradictorio con el hecho de que se preocupen por su privacidad. Lo que sí es cierto es que debemos situarnos ante una manera de interpretar la intimidad, que parece trascender la esfera de lo personal y estar ligada a la gestión grupal del medio y de las propias re- laciones, o cuando menos se sitúa en un contexto de análisis que, sin duda, trasciende los valores
tradicionalmente asociados a la exposición pública offline. Tanto es así, que en uno de los grupos llegamos a escuchar como decían que “la intimidad está sobrevalorada”, sin duda ubicando en su justa medida el nuevo escenario en que debemos situar nuestro acercamiento y análisis, y la manera desprejuiciada desde la que parece indispensable realizar el mismo.
Al hilo de las contrapartidas señaladas, del “precio a pagar” por poder disfrutar de las nuevas tecnologías, podemos reflejar toda una serie de dualidades o disyuntivas en torno a las cuales se establecen buena parte de los usos, hábitos y expectativas asociadas a las redes sociales. Disyuntivas que, en la mayoría de los casos, no actúan como opciones incompatibles ante las que los y las jóvenes deben tomar partido (o una u otra), sino como prueba de lo complejo y di- versificado del escenario en el que tienen lugar las relaciones y la comunicación entre jóvenes, mediadas por las nuevas tecnologías. De nuevo, cuestiones que ponen de relieve lo difícil que puede llegar a resultar para adolescentes y jóvenes desenvolverse y adaptarse en un contexto repleto de códigos cambiantes y en ocasiones contradictorios, que se integran en sus personales procesos de formación y maduración, a pesar de que el lugar común tiende a asumir que son intrínsecos a la propia condición juvenil. Estas son:
• La mejor gestión del yo y el acomodamiento.
• La libertad y la dependencia.
• La vida más fácil y los flujos relacionales más complejos.
• La presencia necesaria y el exceso de exposición personal.
• La tecnología que acerca y la tecnología que aleja.
• La comunicación voluble y la que deja rastro.• La renovación y la saturación.
Extracto de las CONCLUSIONES del Informe de Ignacio Megías Quirós Elena Rodríguez San Julián (2017): Jóvenes y comunicación.La impronta de lo virtual FAD.
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