LOCOLANDIA
En el Diario El Mundo de hoy, 20 de noviembre, existe una sección de blogs, a la que he de confesar que no he acudido mucho, más bien casi nada, pero hoy he abierto por la sección que allí tiene Fernando Sánchez Dragó y, por paisano, porque me habían pedido que pasara por allí y porque nos conocemos de muy viejos tiempos he ido a ver su sección, que encabeza de este modo:
"Hemos nacido en este tiempo y debemos recorrer el camino hasta el final. No hay otro. Es nuestro deber permanecer sin esperanza de salvación en el puesto ya perdido. Permanecer como aquel soldado romano cuyo esqueleto se ha encontrado delante de una puerta en Pompeya que murió porque al estallar la erupción del Vesubio nadie se acordó de licenciarlo. Eso es grandeza. Eso es tener raza. Ese honroso final es lo único que no se le puede quitar al hombre." (Osvald Spengler, 'El hombre y la técnica’).
En la entrada de hoy aparecen dos datos que pareciera nos retrotraen a “La Santa Inquisición” de Torquemada, vamos, la más dura. Se trata de dos vetos sobre la presentación de dos libros: uno censurado por el contenido y el autor otro por otra razón (se supone que eclesiástica). Ambos editados. Uno cuyo pago ha corrido a cargo del autor y otro del editor, uno censurado por el librero y dueño del lugar donde iba a ser presentado y el otro por el propio editor, dando por perdido lo gastado en su edición.
Y uno se pregunta, ¿no estamos en tiempos de la libertad de expresión? ¿Ni siquiera de la libertad? ¿A qué tanto miedo?, peor aún ¿por qué tanto miedo?
Estamos ante una cuadrilla de cabestros sin cerebro, de cuerpos sin cerebro y sin alma, cuya única distinción es la envidia y el pueblerismo más cerril.
No sé qué se puede decir a un amigo en una situación así, quizá porque nunca me imaginé que algo así fuera a ser verdad, pero ya tenemos ambos muestras de ello.
Y al final resulta que es verdad que vamos marcados con la estrella amarilla.
No quisiera que nos pasara como aquello que cuentan de la sociedad alemana de antes de 1936: "Primero vinieron a por los comunistas, pero yo no era comunista y estuve tranquilo, después vinieron a por los socialistas y como tampoco lo era, ni me inmuté, mas tarde a por los judíos y a por lo gitanos y seguí tranquilo, después vinieron a por mi y ya no quedaba nadie para que me defendiera”.
Lo siento en el alma, aunque mis palabras no os puedan nunca servir de consuelo, a fin de cuentas llevo otra estrella amarilla, conseguida por otros caminos, pero ganada sin ningún merecimiento más que el de seguir la lógica.
Tenéis el ánimo que pueda suponer mi apoyo. Pero ni los autores de tamaños dislates ni los que los animan se lo van a creer, solo lo van a jalear.
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