LA VIOLENCIA, EL INSULTO Y LA AMENAZA COMO SÍNTOMAS
Cada día somos testigos (indirectos normalmente, está claro) de la muerte o la violencia ejercida contra todo tipo de personas, sobre todo sobre las más vulnerables: ancianos, mujeres y jóvenes, por jóvenes, menores de 16 años o, en todo caso, menores de 20.
Cuando vemos imágenes de esos hechos o cuando las leemos en la prensa y aún cuando nos las cuentan…. nos quedamos sin palabras, quizá porque seamos conscientes de que NADA de lo que digamos puede ni calmar el dolor que esos hechos produce ni cambiar las historias que los envuelven.
Todos, eso sí, deseamos que eso no vuelva a ocurrir y lo anuncian así hasta los más afectados, los más allegados a esos afectados por ese tipo de violencia, pero… NO HACEMOS NADA POR CORREGIR LOS COMPORTAMIENTOS QUE SABEMOS QUE VAN A DAR LUGAR A ESO.
Callamos cuando vemos a cuadrillas de críos de 11 a 14 años insultando a mayores o a otros a los que consideran despreciables sin saber la razón, cuando tratan mal las cosas públicas (mobiliario urbano) o ensucian o empujan a personas mayores o a una pareja de chicas. Y así no se corrigen y su violencia va en aumento. Son y se sienten los “reyes” de la calle y de las leyes, incluso amenazan con ellas sin les “tocas las narices (se les “rayas”, según su expresión).
Nos tenemos que preguntar qué pasa en la vida y en la mente de esos menores tan dados a la violencia inútil. Sí, ya sabemos, porque así nos lo dice la ciencia, que la conducta de las personas esta influenciada por una serie de sistemas superpuestos y que algunas de las conexiones entre esos sistemas provocan violencia y rechazo.
Sabemos también que no todos los hogares son iguales y que algunos ya llevan el estigma de la violencia en su seno, como sabemos que hay entornos sociales dañados y dañinos en los que sobrevivir supone aceptar un riesgo muy elevado de violencia, pero ¿eso es suficiente para pasar de largo por la violencia gratuita o la muerte incluso de personas indefensas?.
La VIOLENCIA ES UNA CONSECUENCIA, UN SÍNTOMA y hay que actuar sobre la o las causas que la provoca. Y todos los medios y todas las respuestas parece que inciden más en la consecuencia (el hecho violento, sea el que sea) y se olvidan de las causas.
Todos hemos de responsabilizarnos, porque todos somos responsables, de que desaparezca la cultura de la violencia.
Hay que asumir que la agresividad es un instinto, que va con cada uno de nosotros como un elemento de supervivencia, pero, a la vez, hay que admitir que la VIOLENCIA es social y que la tolerancia depende de todos.
No nos quedemos con las estadísticas, por favor, asumamos nuestra responsabilidad y exijamos a cada uno su parte de culpa ante un problema que está empezando a ser imparable.
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