LA CORRUPCIÓN: ¿DE LAS PERSONAS O DEL SISTEMA?
Parece que han dejado de llovernos nuevos temas de corrupción, lo que va dejando espacio para que los viejos asuntos puedan ser analizados con más profusión, por más que, a base de estirarlos, pareciera que son cientos los casos objeto de los medios, cuando sólo son cientos los sujetos corruptos presuntamente, pero menos los casos, casos que, por otra parte, van apareciendo y desapareciendo del interés de los medios, a gusto o interés de quien sea.
Así viene ocurriendo con el caso de Caja Madrid, Los ERE de Andalucía, los gastos de formación también de Andalucía, el caso que ha llevado a dimitr al anterior presidente de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, el caso Gürtel, la Púnica, Nóos, el caso Lezo o el caso Pujol y CDC en Cataluña.
Seguro que nos dejamos algún caso en el tintero, pero seguro también que son suficientes como para que nos sirvan de referentes en lo que queremos decir. Son muchos casos, pero creemos que todos son anteriores a 2012.
En todos ellos hay que admitir, porque es de ley, la presunción de inocencia de los presuntos implicados, pero también que todos, aunque tengan acomodo en las instituciones, son obra de personas, por lo que no quisiéramos caer en generalizaciones que no nos llevarían a ningún lugar bueno.
Asumimos que nuestro “sistema” político y social parece ser favorecedor de estos hechos, mal que nos pese y que puede existir (existe, de hecho) una cultura que los favorece, es más, que muchos ciudadanos que chillan y se rasgan las vestiduras ante ellos, son, en su interior, tan transgresores como los implicados en los casos mencionados, aunque sea en menor escala, por ejemplo admitiendo que haya subvenciones fraudulentas, facturas sin IVA, actividades no declaradas, etc., etc.
Vamos, que hemos de asumir una cierta cultura defraudadora, en cuyo seno algunos representantes se creen más valientes y no les importa ser los campeones de la corrupción en cuanto tienen el poder para ello.
Pero, a su vez, hemos de asumir, porque en caso contrario más valiera que nos anuláramos como sociedad civilizada, que hemos de poner en cuestión tanto los comportamientos sociales como los políticos o individuales (no hay que olvidar que detrás de cada caso hay presentantes de empresas, por ejemplo, que se han dejado sobornar) y también el funcionamiento del sistema.
Para ello habríamos de contar con un código ético (de comportamiento individual de todos nuestros representantes); que no vale con la Ley de Transparencia aprobada y no cumplida por los mismo que la aprobaron (Ahí está el caso del Grupo de Podemos, que tantas voces da a favor de la transparencia y cuya web oculta multitud de datos); que la representación no puede ser para siempre, sino que ha de tener límites temporales,; que hay que corregir o variar las costumbres y usos de los ciudadanos; que el “derecho a decidir” o el derecho a la libre expresión” tienen unos límites.
En caso contrario caeremos en mesianismos, en la búsqueda de salvapatrias, en populismos … que en nada favorecerían ni la convivencia ni el desarrollo social.
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