LA MADRE DE TODAS LAS CRISIS
La crisis, que se vino gestando desde finales del siglo pasado y que fue engordando durante los primeros años de este siglo hasta explotar allá por el 2007 o 2008, dependiendo de los referentes que se tomen, ha sido algo, no solo duro y profundo, sino demoledor de las estructuras y valores en los que se venía sustentando la sociedad y la política hasta ese momento.
Por otra parte, los efectos nos está dejando tan anestesiados que ya consideramos normal a Erdogán en Turquía, a Al-Sissi en Egipto, al Brexit, a Maduro en Venezuela, a los movimientos de extrema derecha de Polonia, Austria, Francia o Alemania o a los populismos de todos los lugares, entre los que hay que incluir al Presidente D. Trump de los EE.UU. o a los de nuestro territorio.
La crisis ha afectado, sobre todo, a las democracias liberales (entre las que está España), hasta el punto de que hoy por hoy la norma de vida democrática no se puede arreglar con maquillajes, sino con cirugías serias, porque se ha roto el consenso de convivencia y de asunción de normas o valores.
Hemos de asumir, pues, que ni Trump ni los ejemplos que hemos anotado y aún los que nos hemos dejado en el tintero, no son producto de la nada o de la estupidez o avaricia humanas, sino de una crisis que, por más que se quiera olvidar o tapar, rompió la seguridad laboral y hundió los salarios. Eso aparte de cambiar la relación de fuerzas de nuestras sociedades, especialmente de las occidentales.
Sin esa crisis y sin esas consecuencias no se habrían producido tantos nacionalismos de todo tipo, ni aún el Brexit, ni el equilibrio que, al romperse, ha dado lugar a ese juego infame que todos estamos jugando en Siria, Líbano, Jordania, Irán, Irak, Pakistán, EL Yemen o amplias zonas de África.
A pesar de que los culpables iniciales de la crisis fueron los lobbys financieros, no se ha dado un solo movimiento político para controlarlos, con lo que se sigue viendo para el futuro una realidad compuesta de bajos salarios, un cada vez peor servicio social y una política descontrolada.
Todo eso deja poco espacio para la lógica y la esperanza.
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